En estas fechas tan señaladas, solemos desear paz y amor a nuestros seres queridos. Compartimos con ellos una opípara cena, intercambiamos preciosos obsequios costosos y brindamos vistiendo elegantes para esperar la medianoche… Todo es muy entretenido. Pero detrás de eso, lo verdaderamente importante es detenernos un momento en nuestras agitadas vidas, sin ánimos de evaluar el año sino para descansar contemplando tranquilos cada paso avanzado.
Miremos nuestros errores y llantos no como tropiezos sino como aprendizaje que aún siendo difícil, resulta ser más duradero. De igual manera, volvamos a disfrutar las alegrías inolvidables que nos hicieron sonreír y tengamos siempre en cuenta que nuestra propia felicidad, aquella por la cual merece la pena esforzarse, no depende del logro profesional o algún regalo material específico. Propongámonos ser dichosos haciendo felices a otros y compartiendo desde el corazón.
Dios nos bendice cuando somos capaces de ver al prójimo como alguien a quien debemos favorecer desinteresadamente. No hagamos favores esperando una retribución. Más bien actuemos considerando siempre lo correcto y esforzándonos por proceder con rectitud. Al menos intentemos llevar una vida tranquila, sin pretender convertirnos en santos o ejemplos para otros. Seamos honestos y consecuentes defendiendo nuestros preceptos.
Además, amigos míos, no nos mortifiquemos con aquellas culpas del pasado. Más bien, hagamos lo posible por definir quienes somos y escuchemos fielmente nuestros corazones, donde se guardan los mayores tesoros: los sentimientos verdaderos.
En esta Navidad, recordemos que al ser hijos de Dios, todos somos hermanos sin importar las insignificantes diferencias que imponemos socialmente. De nada vale raza, condición o procedencia alguna porque siempre estaremos unidos al compartir un mismo espacio y lo realmente significativo es saber distinguir nuestras similitudes.
Cuando llegue el Año Nuevo, tengamos presente en nuestras memorias a quienes se hayan ido, respetando cada bello recuerdo con la dulzura que en vida nos hayan inspirado. Rescatemos del pasado aquellas valiosas lecciones aprendidas y atesoremos los inolvidables instantes.
Agradezcamos a Dios cada día vivido y los que están por venir, pues en ellos podremos hallar nuevas ocasiones de crecer como seres humanos. Seamos constantemente solidarios y respetuosos con todos, sin discriminar. No sirvamos sólo a quienes amamos sino también a aquellos que alguna vez hayan guardado rencor por nosotros. Seamos grandes no con ánimo de presumirlo, sino para guiar al que aún no lo comprenda.
Que Dios esté con ustedes siempre y que cada día puedan atestiguar el amor divino.
Carlos Flores A.
Escritor chileno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario