Desde
hace un tiempo decidí no comentar más estados en Facebook, salvo aquellos de
los contactos que realmente me interesen, porque sin querer mis palabras
siempre desatan debates en los cuales se habla mal de gente nombrándola o
despotrican contra alguna ideología determinada.
Sin
embargo, éste es mi blog y aunque a algunos no les guste la idea, aquí puedo
comentar libremente sobre diversos temas. Ni siquiera intento ser un aporte
aunque me alegraría serlo; más bien busco expresar mis opiniones y si a alguien le
sirve leerme, tanto mejor.
Ayer
posteé la segunda carta que el ex sacerdote católico Andrés Gioeni le escribió
al Papa Francisco, defendiendo la inclusión de homosexuales como feligreses.
Esta misiva también ha sido publicada por diversos medios de comunicación
masiva internacionales, ya que actualmente Andrés es modelo, escritor y actor.
En
algunos medios se ha dado espacio para que los lectores comenten el artículo
como aquí pueden hacerlo. Empero, la gente ha utilizado esta herramienta sólo
para insultarse a favor o en contra del autor y su carta.
Es
muy desagradable ver que hay personas creyéndose con el derecho de insultar
públicamente a otro sólo por diferir. Dan ganas de denunciar dichos comentarios
donde además, algunos utilizan inescrupulosamente citas bíblicas para intentar
demostrarle a Andrés que está mal en su posición, según ellos, como si la
Biblia les debiera servir de sostén al fundamentalismo grosero.
A
mi humilde ver, los tres libros sagrados entregados por Allâh –Pentateuco,
Biblia y Corán- son una guía para saber cómo debemos vivir si pretendemos
alcanzar Su complacencia aún siendo tan indignos como somos. De ninguna manera
un texto sagrado debería emplearse con el objeto de humillar al prójimo
señalándolo, por mucho que su modus vivendi difiera del nuestro.
Una
de las principales causas de las Guerras Santas durante la Edad Media fue creerse
con el derecho de reclamar territorios por poder en nombre de la fe. Y digo
esto aunque no estén de acuerdo… La historia lo confirma. Mas ya ha transcurrido
un milenio, que en términos humanos es bastante tiempo y todavía nos creemos dueños
del juicio.
Allâh
no nos facultó con la capacidad de ejercer Su juicio, porque sabe que como
humanos, jamás seríamos equitativos y al contrario, juzgaríamos indiscriminadamente
según nuestra egoísta conveniencia. Si alguien no está de acuerdo con nosotros,
entonces está mal y debe discriminársele o humillársele.
No
pues. Las cosas no funcionan así. Nuestra sociedad sería mucho mejor si junto
con profesar alguna fe –cualquiera-, estuviésemos dispuestos a respetar al
prójimo en su espacio, sus libertades individuales, sin señalarle negativamente
ni marginarlo.
Tenemos
la maldita costumbre hipócrita de etiquetar a otros por apariencia, ideología
–política o religiosa-, orientación sexual, conducta y muchos otros factores.
Como musulmán que soy, no cito a sabios islámicos para defender una postura
determinada ni ocupo el Sagrado Corán como metralleta citándolo cuando quiero
oponerme a algo que me parece incorrecto. ¿Saben lo que hago? Vivo mi vida, así
de simple.
Un
verdadero musulmán, cristiano, judío o persona respetuosa ocupa todo su tiempo
en corregir los errores propios, intentando vivir de acuerdo a lo que le parece
correcto. No nos debería quedar ni un solo segundo para criticar a los demás
por sus errores.
Hablar
de otros es detestable para Allâh porque nos adjudicamos el derecho de hacer
juicios morales, que son los peores. Aquellos que lo hacen tal vez no beben,
tampoco fornican y cumplen a cabalidad todos los mandamientos e incluso ritos.
Sin embargo, siempre tropiezan en algo pues, como dice el Corán «El hombre vive
en el error».
Tal
vez no dedique mucho tiempo a memorizar frases de sabios para debatir y
seguramente habrá harta gente que desee contradecirme en mi punto, citando todo
el conocimiento que cree tener, como lo hizo D. L. con Andrés Gioeni. Pero el
punto de éste mi artículo no es determinar quién tiene la razón sobre algunos
temas que también competen a la religión sino más bien, establecer el principio
de respeto como punto inicial para opinar sobre cualquier asunto.
Conste
que no me gusta nombrar a nadie específico cuando doy este tipo de discursos y
por ello, me he referido sólo por las iniciales al tipo que despotricaba contra
Gioeni utilizando como parte de su argumento las citas bíblicas. Señor mío, usted
puede aprenderse de memoria los tres libros sagrados que Allâh hizo descender y
aplaudo su esfuerzo; sin embargo, me parece absolutamente deleznable utilizarlos para imponerles a los demás nuestras ideas, como si fuésemos
dueños de la verdad. Un texto sagrado te dice lo que debes hacer por amor a Allâh,
pero no te da atribuciones sobre el prójimo como si fueses superior. Cuídate de
estar seguro que haces lo correcto en desmedro del otro, porque en ese
preciso momento cometes soberbia y ya has tropezado.
Por
opiniones tan nefastas como las de D. L., quien parece creerse el perfecto
católico, es que muchos dejan la fe. Cuando nos dedicamos a señalar los errores
ajenos olvidando los propios y producto de esto, alguien se aleja del camino
recto, deberíamos ser considerados culpables de su extravío, pues Allâh no
quiere que se alejen de Él sino todo lo contrario.
Alguien
podría decirme que la verdad es tal y a ello respondo que mí verdad personal es
el Islam, pero mi jurisdicción llega hasta ahí, sin corresponderme denostar a
quien tenga al lado por ser cristiano o judío, por ejemplo. El principio
siempre debe ser respeto.
D.
L. no tiene derecho a decir que Andrés no puede ser católico por su
homosexualidad. Mucho sabrá de citas bíblicas, pero de nada sirve si no
interioriza el conocimiento y parte de ello, es aplicarlo con equidad. Todo
mérito ganado memorizando un texto sagrado se pierde al utilizarlo
para humillar a alguien o promover el conflicto dentro de un grupo.
Puede
que mi conocimiento religioso sea mínimo y por ello, muchos me reprochen. Pero
soy minusválido y de discriminación sí sé. ¿Por qué alguien tan imperfecto como
todos y además, arrogante a ultranza se siente capaz de decirle a Andrés que no
puede ser católico?
Ciertamente
el contenido de nuestros corazones es más valioso que el de nuestras cabezas y
sólo Allâh sabe todo cuanto guarda el ser humano en su pecho.
Tal
vez no concuerden conmigo en nada hasta ahora, pero este artículo se resume en una
sola frase cuya veracidad no admite objeciones: para ser respetados, debemos respetar
y no se puede hacer esto sin amor al prójimo.
3 comentarios:
Bueno, el primer principio está en respetarse a uno mismo verdaderamente. Yo no creo en Dios, pero a nadie trato de venderle mis convicciones, y desde luego huyo de quien trate de venderme una creencia. La vida es muy corta y jodida como para perderla en discusiones que alteren la paz, sea individual o colectiva.
Gracias Pedro. Saludos.
De nada amigo.
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