En este último tiempo he sufrido muchas
hipoglucemias. Algunas graves y otras no tanto. Cuando estás tan consciente de
tu propia mortalidad, a veces es bueno echar un vistazo al pasado, a lo que has
hecho en algún aspecto particular de tu vida. Yo por ejemplo, siempre me remito
a mis afectos cuando hago este ejercicio y veo quienes entran o han salido del
camino que estoy recorriendo.
Como esta mañana tuve otra hipoglucemia,
ahora sentí esa necesidad de retroceder un poco. Pero me fui hasta el año 2009,
cuando todavía ni siquiera tenía planeado viajar a Turquía.
Indudablemente hubo alguien que marcó época
durante ese período y aunque ahora lo tengo fuera de mi círculo, a veces repaso
las vivencias agradables que me entregó. No fueron pocas; en ese sentido, no
puedo ser desagradecido. Sin embargo, el distanciamiento que tuvimos durante
dos meses entre 2009 y 2010, dejó en mí una cicatriz profunda por la cual hasta
hoy pagan el costo quienes se alejan de mí.
No quiero que me malentiendan. No tomo
represalias contra esas personas sino más bien, aunque me cueste, si quieren
apartarse les doy su espacio, permanezco silencioso a la espera de que
cualquier resentimiento hacia mí se borre. En aquellos tiempos debí aprender de
la manera más difícil, siendo advertido «O te apartas o te doy una patada». La verdad
es que me lo dijeron de manera mucho menos amable, pero no quiero romper aún la
armonía de este texto con lenguaje grosero.
Después de tanto tiempo, tengo muy asumido
que en aquella ocasión también tuve parte de responsabilidad en el conflicto. Pero
tal como los patrones se repiten, creo que cualquiera sea el tipo de afecto,
saboteo mis relaciones argumentando una completa honestidad, sin considerar que
algunas personas se sienten incómodas con la verdad aunque callándomela también
les golpee el rostro.
Éste es el caso de algunas personas que como
yo, no tienen filtro al momento de hablar sobre sus sentimientos y esperan ser
bien recibidas por todo el mundo. Desgraciadamente no todos están preparados
para asumir declaraciones absolutas, por ejemplo.
Mientras estudiaba comunicación social, mi
profesora Carmen Pélissier nos dijo una vez: «La palabra tiene poder. Todo lo
que decimos y lo que no decimos ejerce una influencia que puede ser decisiva
sobre el individuo. Cuando éste espera una respuesta y callamos, también le
contestamos con todas las posibles respuestas a su interrogante. Por otro lado,
hay declaraciones que solemos hacer con demasiada ligereza, como si no causaran
ningún efecto y sin embargo, frases tales como un “Te amo” o un “Te odio”
pueden cambiarle la vida a alguien y nosotros lo ignoramos. Somos amos de lo
que callamos y esclavos de lo que decimos».
En este sentido, Carmen nos especificó que
según Humberto Maturana, la forma de decir algo no solamente depende de las
palabras que usemos sino también de la intención que tengamos. Decir “Te quiero”
a alguien obviamente es distinto a usar el nunca bien ponderado “Te amo”, que
lamentablemente hoy está tan devaluado. Cuando usamos la segunda declaración,
en ella incluimos inconscientemente una promesa de compromiso implícita que
muchas veces, no estamos dispuestos a cumplir después.
Al respecto, Pélissier nos decía que una
promesa no siempre debe cerrarse con un “Lo prometo” para validarla. A veces
una mirada, una sonrisa guardan promesas mudas que incluso nos dan aún mayores
expectativas sobre las relaciones, especialmente si constituyen parte del
ámbito amoroso.
Sin embargo, para desgracia de muchos
actualmente estas señales no son consideradas como algo más que simples gestos
efímeros, coqueteo utilizado para alcanzar un fin específico sin mayor
proyección, como sexo casual por ejemplo.
Sin duda alguna, esto desvaloriza cualquier emocionalidad
latente y mina la autoestima de quien sí espera algún mayor significado de
aquellas acciones. Recuerdo que en 2000 le pedí un consejo amoroso a Carmen y
me dijo algo evidente: «No puedes forzar los sentimientos de nadie. Una persona
puede amarte o no, así de simple».
Tal vez ésta sea la más poderosa razón de que
la gente calle sus sentimientos. El temor a hacer el ridículo siendo rechazados
nos paraliza. En determinados momentos de mi vida, reconozco que debí quedarme
callado porque hablando debí pagar un precio muy alto o al menos, eso sentí
entonces.
Éste a su vez es el motivo de que muchas
personas hayan claudicado en su búsqueda del verdadero amor y se conformaran
con sólo tener relaciones esporádicas, sin un mayor compromiso emocional y que
únicamente les reportan breves momentos de intimidad furtiva con gente que
quizás no volverán a ver. Así se evitan el difícil camino de la probable
decepción amorosa pero al mismo tiempo, parecen ignorar que su opción fácil es
incluso más dolorosa, pues ni siquiera intentan sentir y como resultado final,
van perdiendo la capacidad real de sentir, confundiendo deseo o pasión con
sentimientos reales.
Por ello es que algunas personas de mi
pasado, que en 2009 eran muy importantes, hoy ya ni siquiera forman parte de mi
vida. Ciertamente uno se cansa de buscar algo que tal vez nunca estuvo ahí. Entonces,
al darnos cuenta, es mejor retirarnos dignamente o como mejor podamos.
Empero, mi política sigue siendo la
honestidad completa aunque siempre me tope con personas que no corresponderán
de la misma manera. Básicamente no puedo fingir un sentimiento. Con el carácter
que tengo, todos los sentimientos se me notan exageradamente, tanto si son
buenos como si son malos. Siendo deshonesto
me sentiría como un estafador emocional y hay individuos que se sienten cómodos
así, pero yo no puedo, aún estando seguro del rechazo.
Lo entiendo y por eso, aunque espero algo de
vuelta, nunca exijo nada. Nacemos solos y libres para sentir lo que queramos
por quien sea. Cuando amamos a alguien más allá de la lujuria por ejemplo, apostamos
todo nuestro capital sentimental sin saber a ciencia cierta si seremos
correspondidos. Y por mucho que lo deseemos, esto no siempre sucede. Para ser
franco, casi nunca damos con la persona indicada para enamorarnos y ser felices
toda la vida.en realidad, el sólo hecho de enamorarse es en sí mismo una
aventura que todos queremos vivir alguna vez, pese al sufrimiento del desamor
posterior. Es cierto que la mayoría de las veces nos desilusionamos, pero
seguimos buscando, porque lo que al principio nos pareció un golpe devastador,
con la experiencia se siente como una palmadita en el trasero. Te vas
acostumbrando. ¿A quién no le ha pasado que ya desenamorado de alguien, se ha
preguntado cómo pude tomarme tan en serio a esta persona? Y lo que
verdaderamente desestimamos es nuestro apasionamiento por aquel individuo, no
al ser humano como tal.
Siempre he dicho que a pesar de la
desvalorización actual, las personas no somos desechables aunque algunos
´piensen lo contrario. Cuando hablamos de olvidar a alguien, más bien nos
referimos a aplacar nuestra pasión y ver la realidad tal como es, sobre todo si
no somos correspondidos.
Es lo que se debe hacer si vemos que el ser
amado nos maltrata. Por ejemplo, en mi caso siendo joven creía que mis
enamoramientos no progresaban porque el ser amado rechazaba mi silla de ruedas
con todo lo que ello implica. Más adelante entendí que si alguien me rechaza
por un defecto físico del cual estoy libre de responsabilidad, no es mi
problema sino suyo.
La gente teme mirar más allá de las apariencias,
porque si nos fijásemos en las bondades, cualidades y nobles sentimientos de
alguien, nos expondríamos a sentir algo por aquella persona y seríamos
vulnerables a un compromiso que quizás no deseamos adquirir.
A pesar de ello y aunque a algunos no les
guste admitirlo, insisto en reivindicar el legítimo derecho inalienable de cada
individuo a enamorarse de quien quiera, independientemente de si el ser amado
le corresponde o no y sin importar nimiedades como condición social,
orientación sexual, raza, credo o cualquier otra característica que simplemente
nos hace humanos. Nadie en este mundo con condición humana imperfecta tiene
atribuciones para decirnos «No te puedes enamorar de tal persona». Ni siquiera
nuestro propio ser amado tiene derecho a decirnos «No te puedes enamorar de mí».
Aunque no sienta lo mismo, debe reconocer la libertad de sentimiento, pues el
negar esto implica coartar la libertad de una persona para decidir cómo quiere
vivir para sentirse plena.
En estos tiempos es difícil hallar a un valiente
que hable de sus sentimientos con total sinceridad, porque se le teme demasiado
al fracaso. Para que alguien se enamore de ti, deben ocurrir dos cosas:
- Que te acepte tal como eres. Esto no ocurre porque la mayoría intenta cambiarte para adaptarte a la imagen idealizada de lo que cree merecer como pareja. Y casi toda la gente se cree merecedora de alguien que bordee la perfección.
- Que acepte lo que siente por ti. Esto no ocurre generalmente porque la mayoría está sujeta a un modelo estandarizado de las relaciones amorosas según conceptos socioculturales impuestos desde la niñez y todos quienes se salgan de ese molde, son considerados parias sociales. Por ello, la mayoría prefiere adaptar su felicidad a lo que se espera socialmente y casi nadie ya se atreve a ir contra viento o marea por amor.
Eso quedó para los amantes a la antigua, que
se atrevían a escribir poéticas cartas de amor donde expresaban respetuosamente
sus sentimientos por el ser amado, escogiendo con cuidado las más hermosas
palabras, pues sus intenciones iban más allá del sexo casual y por ello, de
haber existido la mensajería instantánea en aquellos tiempos, no se habrían
conformado con una carita feliz seguida de un corazón. Aunque parezca
increíble, mientras más medios de comunicación tenemos, menos nos decimos. Podemos
pasar el día entero metidos en las redes sociales y el chat, pero no hablamos
nada que realmente merezca la pena ser dicho.
A pesar de todo esto y aunque ha transcurrido
mucho tiempo desde 2000 hasta ahora, sigo manteniendo vivas mis ilusiones como
aquella de volver pronto a Turquía, inşAllah para estar con mis amados turcos
(ellos saben quienes son). Después de todo, esta vida no merecería la pena sin
esperanza.
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