FOTO: Café de las alfombras y Torre de la Doncella, Üsküdar, Estambul. Yo estuve ahí, contemplando el atardecer y es la vista más romántica que he presenciado en mi vida.
Otro
año sin ir a la Feria Internacional del Libro de Santiago. Antes era un
panorama obligado al cual como escritor, debía asistir. Pero ahora que mi
principal objetivo es regresar a Estambul, InşAllah lo más pronto posible, debo
dejar de lado cualquier capricho o gasto innecesario… Me parece llevar tanto
tiempo postergando mi vida, pero si Allâh (swt) me concede volver al país donde
mi corazón se quedó como el de muchos otros viajeros, todo habrá merecido la
pena.
Aunque
últimamente estar distanciado de mis amigos turcos ha hecho estragos en mi
corazón, no pierdo la esperanza de reencontrarnos y darles un abrazo tan
apretado, que pareceremos siameses. A diario me levanto por las mañanas y me
gusta imaginar que es el día en que abordaré un avión rumbo a Turquía, dejando
abajo todas mis tristezas por la distancia, aumentada indudablemente con el
tiempo.
Lo
que más lamento es no haber podido cultivar aquellos entrañables afectos, para
mantenerlos como el primer día, cuando no importaba la diferencia de idiomas
porque una mirada transparente lo decía todo sin problemas. Pasados los años,
aquella flor otrora tan fértil ha sido víctima de una cochinilla algodonosa
emocional, que perfora el cariño y me hace notar una dolorosa ausencia.
El
Dunya nos atrapa inevitablemente en un remolino donde lo más importante ya no
es un sentimiento puro sino el orgullo. La espiritualidad ha cedido demasiado
espacio al materialismo y me preocupa que quedarnos solos o lastimar a quienes
nos aman ya no importe.
Para
quien sea un asiduo lector de este humilde blog, no resulta raro leerme en
estos términos, porque en cualquier caso he repudiado desde siempre que los
seres humanos nos consideremos desechables unos a otros; más ahora, que como
musulmán he aprendido a veces a golpes, que orgullo y ego no conducen a ninguna
parte, pues sólo causan un dolor inmenso, a veces irremediable.
Por
eso, pudiendo parecer muchas veces majadero, nunca me he cansado de decirle «Te
amo» (en otros idiomas no existen tantas expresiones afectuosas como en español)
a un amigo, sin pudor aunque sea mal visto y acabe provocando un rechazo tal,
que me saque de su vida a patadas. Me ha sucedido, generalmente porque las
personas postergan tanto las emociones, que cuando se topan con alguien como
yo, es como si vieran a Şeytan; pero ése es tema para otro artículo.
Por
el momento, sólo escribiré estas palabras esperando conmover a quienes por cualquier
razón se hayan distanciado física o emocionalmente de alguien a quien amaban. Por
mis constantes crisis diabéticas, he aprendido a duras penas que la vida es demasiado
efímera para perderla en silencios innecesarios.
Que
mis amigos turcos no olviden sus propias palabras: «Vivimos bajo el mismo cielo,
el mismo sol y la misma luna».
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