Por fin terminé
las correcciones de Síndrome de Estambul que me pidió la editorial. Tras semanas
trabajando arduamente, ya tengo lo que podría publicarse.
Durante estas
semanas me dediqué a corregir todas las mañanas y Allâh (swt) es testigo de que
a veces me quedé dormido en los lugares más insospechados, producto del
agotamiento. La gente cree que ser escritor es fácil y el máximo esfuerzo sólo
requiere que uno se siente frente al monitor a esputar cualquier cosa que se le
ocurra. Es de una ingenuidad e ignorancia manifiestas.
Sin embargo, no me
quejo del sudor, pues al mismo tiempo sentí como si tuviese la oportunidad de
repetir el viaje que hice en 2011. El relato contiene elementos autobiográficos,
pero también da cabida a ingredientes ficticios que sazonan la preparación literaria
y de seguro, aumentarán el interés del lector.
Éste tal como mis
anteriores trabajos, no fue una novela escrita para satisfacer el capricho de
lo que me gustaría leer. Siempre que escribo algo, incluso en el presente blog,
intento entregar al lector las herramientas para construir su propia historia a
partir de lo que me lee. En este caso y sin ánimo de ser presuntuoso para nada,
pretendí contagiar mi amor por Turquía, que otros se interesaran en descubrir
los ancestrales misterios tan cautivantes para mí. En otras palabras, intento
retomar el rumbo a tierras osmanlíes, pero acompañado por cada lector que se
deje seducir a través de mi relato.
Para mi sorpresa,
leyendo mis propias palabras me di cuenta del uso de muchas figuras retóricas y
licencias poéticas. Pude no sólo recordar los hechos sino también las
sensaciones, aromas, colores, sabores y emociones. Es lo que trato de
transmitir a cada lector, para contagiarle mi síndrome crónico.
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