Foto: Gerard Piqué en su faceta de padre.
En un artículo anterior donde hablaba
sobre la demanda que Camila Améstica Merino interpuso recientemente contra su
padre ante los Tribunales de Familia, exigiéndole manutención para pagar sus
estudios, expuse también cómo diversos medios de comunicación distorsionaban la
información diciendo que el señor Patricio Améstica negó la ayuda económica a
su hija por ser lesbiana y lo tacharon de homofóbico. Pues bien, en el último
párrafo de dicho post dije «Me parece
también que se debe ser extremadamente criterioso al momento de exponer a un
pariente al escarnio público, sea por la razón que fuere, pues está bien exigir
manutención de los padres hasta una edad razonable; no obstante, ello no
justifica que les permitamos a terceros opinar y sacar conclusiones
descarnadamente sobre asuntos que debieran permanecer en la más estricta
intimidad familiar. Creo pues que esto no tiene tanta relación con defender los
derechos de las minorías sexuales sino más bien, con asuntos privados no
resueltos que tampoco llegarán a buen puerto discutiéndose en un programa de
televisión».
Anoche confirmé este punto viendo la
primera parte de Primer Plano en Chilevisión. Allí estaban Tatiana Merino y su
hija, hablando sobre lo duro que había sido para esta última ocultar su
homosexualidad durante tanto tiempo, por temor a que sus padres la rechazaran y
conociendo casos cercanos en los cuales sus amigas habían sido encerradas e
incomunicadas debido a su lesbianismo.
Cuando Julio César Rodríguez le
preguntó a la actriz cómo se sintió al saber esta verdad, ella respondió que
tuvo frustración porque no hubo la oportunidad de hablar privadamente con
Camila, sin intervención mediática. Fue entonces cuando, en un intento de
imparcialidad, la producción del programa contactó telefónicamente al padre,
quien manifestó la misma molestia y hasta desmintió ser homofóbico, pues dijo
que habría aceptado a su hija con el mismo amor que siempre le ha tenido, sin
importar su orientación sexual.
Yo aquí no hablaré de perspectivas conservadoras,
de la intencionalidad que tuvieron los protagonistas del caso al exponerse
tanto o de mi opinión más que conocida sobre programas faranduleros. Me parece
que actualmente los padres deberían prepararse psicológica y emocionalmente
ante la posibilidad de tener un hijo o una hija homosexual, más allá de
conservadurismos cuadrados, prejuicios heredados o incluso manipulaciones
porque, aunque no les guste afrontarlo, los padres muchas veces son
prejuiciosos y manipuladores pretendiendo imponer su tradicionalismo valórico a
generaciones recientes, que inevitablemente a veces tienen otra forma de ver la
vida. Digo que sólo a veces porque aún hay jóvenes capaces de alimentar la
discriminación contra minorías sexuales y otros sectores desfavorecidos
socialmente… Es así como se cometen crímenes de odio en Chile.
Antes de ayer también escribí sobre el
programa La cultura del sexo de TVN. En el capítulo titulado Los tabúes del sexo
en Turquía, no escatimaron esfuerzos para hacer parecer al país que tanto
amo como una cultura machista y retrógrada, sin considerar que Chile también
tiene muchísimos casos de discriminación sexista o contra las minorías
sexuales, careciendo de un pretexto por estúpido que fuere. Los chilenos no
tenemos excusa para ser sexualmente incultos, prejuiciosos, incapaces y
anticuados, por decir lo menos.
Tal vez
es cierto que en Turquía las condiciones de educación sexual no sean las
mejores, pero al menos los turcos tienen la excusa de no contar con programas
escolares de información sobre el tema; aun así, yo no puedo asegurarlo ni
hablar mal de ellos porque, sabiendo mucho sobre su cultura y habiendo viajado,
nunca tuve relaciones sexuales allá. Vivo en Chile y aquí, contando con
patética asignatura de educación sexual, todavía sufrimos desinformación y
prejuicios obsoletos en una sociedad supuestamente moderna, todo lo cual
redunda en incremento de enfermedades de transmisión sexual, embarazos no
deseados, sexismo contra las mujeres y desde luego, discriminación a la
comunidad GLBTI.
Es una
vergüenza que nos atrevamos a criticar las realidades de otros países cuando
aquí, una jovencita de veinte años no se atreve a hablar privadamente con sus
padres sobre su orientación sexual, por temor a la reacción que podrían tener,
pero al mismo tiempo prefiere que se enteren a través de la prensa escrita. En
primer lugar y como bien dijo la experimentada periodista Pamela Jiles en el
programa Intrusos de La Red, es prácticamente imposible que dos padres no noten
en absoluto la verdadera orientación sexual de su hija tras veinte años
conociéndola. En segundo lugar, cuando realmente tienes miedo de cómo
reaccionen tus progenitores, por sentido común bajo ninguna circunstancia se te
ocurriría informarles a través del diario y si lo hiciste, sin importar la
razón, debes saber que ningún padre del mundo por hippie que sea, verá con
buenos ojos tener un hijo gay y además, si utilizas la exposición pública para
comunicarte le das todo el derecho a reaccionar mal.
Cualquier
joven homosexual que quiera revelarles a sus padres la orientación sexual que
tiene, peca de ingenuo (a) si cree que lo felicitarán. En ninguna parte del
mundo ocurre eso –yo en lo personal creo que ni siquiera se daba así en la
antigua Sodoma–, menos aquí porque sigue esperándose que demos nietos a
nuestros progenitores y cuando no es así, la frustración es inevitable.
Siempre
se dice que los padres no deben pretender proyectar sus propias metas a través
de los hijos, que éstos tienen derecho a hacer sus vidas aunque tomen decisiones
equivocadas. ¿Pero aplicamos esto realmente? No. Seamos sinceros. Aunque no
puedo generalizar, diré que la mayoría de los padres nos educan bajo
determinadas tradiciones y valores morales adecuados para hacernos encajar en
la sociedad, lo que se conoce como heteronormalidad
en este caso; pero si luego el hijo sale gay, inmediatamente la idea asociada
es que sufrirá por ser un paria social y en consecuencia, un padre o una madre
intentan negar, modificar y por último, tal vez aceptar la situación.
Conozco algunos
casos de homosexuales bordeando los treinta e incluso cuarenta años que, por no
poder hacer sus vidas libremente o no atreverse a salir del armario, se han
emancipado muy jóvenes para vivir solos y no dar explicaciones a nadie. No sé
si esto sea mejor que sentarse con los padres tranquilamente y decirles «Pues, que
soy gay y ya está. Es lo que hay». Sin embargo,
considero demasiado egoísta salir del armario sin considerar previamente los
sentimientos parentales para, en virtud de este factor, escoger el mejor modo
de hacerlo. Me parece que, aun cuando se justifica por todos los casos de discriminación
extrema, hoy los jóvenes de la comunidad GLBTI se paralizan por el miedo o esto
les hace revelar su identidad sexual de la peor manera, sin tomar en cuenta el
funesto efecto que trae para la armonía familiar. Dicho de otro modo más
simple, un padre o una madre que se entera malamente de la orientación sexual
del hijo, no sólo debe lidiar con un sentimiento de fracaso en su intento de
crianza recta, el temor que le produce la obvia discriminación a la cual el
joven estará expuesto toda su vida y el derrumbe del proyecto personal como
tener nietos sino que además, debe enfrentar el sufrimiento al saber que no
goza del contacto suficiente, la confianza necesaria para romper barreras
comunicacionales que les mantienen alejados aunque vivan en la misma casa.
La solución
a este problema no es imponer forzosamente perspectivas morales personales a
los hijos, porque tarde o temprano tomarán sus propias decisiones que podrían
discordar con los principios inculcados durante la crianza. Tampoco se debe
ocultar permanentemente la verdadera identidad sexual y fingir una orientación
que complazca a los padres o la sociedad en su conjunto, pues aquella
heteronormalidad autoimpuesta sólo da como fruto un engaño que irá creciendo
con el tiempo hasta que, inevitablemente la verdad salga a la luz. La real
solución al problema expuesto en el
párrafo anterior es cultivar la confianza y comunicación totalmente
desprejuiciada, libre de ignorancia.
Finalizaré
este artículo diciendo que nos guste o no, los padres tienen que cumplir el
deber de criar inculcando valores e ideales. Pero al mismo tiempo, los hijos
tienen derecho de decidir si siendo ya adultos y con criterio formado, quieren
seguir aquellas directrices o tener una forma autónoma de enfrentarse al mundo.
Esto, señoras y señores, es inevitable y normal, pero cuesta mucho menos
aceptarlo si nos hacemos a la idea desde un principio.
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