«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

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sábado, 14 de febrero de 2015

La importancia de la comunicación paternofilial

Foto: Gerard Piqué en su faceta de padre.

En un artículo anterior donde hablaba sobre la demanda que Camila Améstica Merino interpuso recientemente contra su padre ante los Tribunales de Familia, exigiéndole manutención para pagar sus estudios, expuse también cómo diversos medios de comunicación distorsionaban la información diciendo que el señor Patricio Améstica negó la ayuda económica a su hija por ser lesbiana y lo tacharon de homofóbico. Pues bien, en el último párrafo de dicho post dije «Me parece también que se debe ser extremadamente criterioso al momento de exponer a un pariente al escarnio público, sea por la razón que fuere, pues está bien exigir manutención de los padres hasta una edad razonable; no obstante, ello no justifica que les permitamos a terceros opinar y sacar conclusiones descarnadamente sobre asuntos que debieran permanecer en la más estricta intimidad familiar. Creo pues que esto no tiene tanta relación con defender los derechos de las minorías sexuales sino más bien, con asuntos privados no resueltos que tampoco llegarán a buen puerto discutiéndose en un programa de televisión».
Anoche confirmé este punto viendo la primera parte de Primer Plano en Chilevisión. Allí estaban Tatiana Merino y su hija, hablando sobre lo duro que había sido para esta última ocultar su homosexualidad durante tanto tiempo, por temor a que sus padres la rechazaran y conociendo casos cercanos en los cuales sus amigas habían sido encerradas e incomunicadas debido a su lesbianismo.
Cuando Julio César Rodríguez le preguntó a la actriz cómo se sintió al saber esta verdad, ella respondió que tuvo frustración porque no hubo la oportunidad de hablar privadamente con Camila, sin intervención mediática. Fue entonces cuando, en un intento de imparcialidad, la producción del programa contactó telefónicamente al padre, quien manifestó la misma molestia y hasta desmintió ser homofóbico, pues dijo que habría aceptado a su hija con el mismo amor que siempre le ha tenido, sin importar su orientación sexual.
Yo aquí no hablaré de perspectivas conservadoras, de la intencionalidad que tuvieron los protagonistas del caso al exponerse tanto o de mi opinión más que conocida sobre programas faranduleros. Me parece que actualmente los padres deberían prepararse psicológica y emocionalmente ante la posibilidad de tener un hijo o una hija homosexual, más allá de conservadurismos cuadrados, prejuicios heredados o incluso manipulaciones porque, aunque no les guste afrontarlo, los padres muchas veces son prejuiciosos y manipuladores pretendiendo imponer su tradicionalismo valórico a generaciones recientes, que inevitablemente a veces tienen otra forma de ver la vida. Digo que sólo a veces porque aún hay jóvenes capaces de alimentar la discriminación contra minorías sexuales y otros sectores desfavorecidos socialmente… Es así como se cometen crímenes de odio en Chile.
Antes de ayer también escribí sobre el programa La cultura del sexo de TVN. En el capítulo titulado Los tabúes del sexo en Turquía, no escatimaron esfuerzos para hacer parecer al país que tanto amo como una cultura machista y retrógrada, sin considerar que Chile también tiene muchísimos casos de discriminación sexista o contra las minorías sexuales, careciendo de un pretexto por estúpido que fuere. Los chilenos no tenemos excusa para ser sexualmente incultos, prejuiciosos, incapaces y anticuados, por decir lo menos.
Tal vez es cierto que en Turquía las condiciones de educación sexual no sean las mejores, pero al menos los turcos tienen la excusa de no contar con programas escolares de información sobre el tema; aun así, yo no puedo asegurarlo ni hablar mal de ellos porque, sabiendo mucho sobre su cultura y habiendo viajado, nunca tuve relaciones sexuales allá. Vivo en Chile y aquí, contando con patética asignatura de educación sexual, todavía sufrimos desinformación y prejuicios obsoletos en una sociedad supuestamente moderna, todo lo cual redunda en incremento de enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, sexismo contra las mujeres y desde luego, discriminación a la comunidad GLBTI.
Es una vergüenza que nos atrevamos a criticar las realidades de otros países cuando aquí, una jovencita de veinte años no se atreve a hablar privadamente con sus padres sobre su orientación sexual, por temor a la reacción que podrían tener, pero al mismo tiempo prefiere que se enteren a través de la prensa escrita. En primer lugar y como bien dijo la experimentada periodista Pamela Jiles en el programa Intrusos de La Red, es prácticamente imposible que dos padres no noten en absoluto la verdadera orientación sexual de su hija tras veinte años conociéndola. En segundo lugar, cuando realmente tienes miedo de cómo reaccionen tus progenitores, por sentido común bajo ninguna circunstancia se te ocurriría informarles a través del diario y si lo hiciste, sin importar la razón, debes saber que ningún padre del mundo por hippie que sea, verá con buenos ojos tener un hijo gay y además, si utilizas la exposición pública para comunicarte le das todo el derecho a reaccionar mal.
Cualquier joven homosexual que quiera revelarles a sus padres la orientación sexual que tiene, peca de ingenuo (a) si cree que lo felicitarán. En ninguna parte del mundo ocurre eso –yo en lo personal creo que ni siquiera se daba así en la antigua Sodoma–, menos aquí porque sigue esperándose que demos nietos a nuestros progenitores y cuando no es así, la frustración es inevitable.
Siempre se dice que los padres no deben pretender proyectar sus propias metas a través de los hijos, que éstos tienen derecho a hacer sus vidas aunque tomen decisiones equivocadas. ¿Pero aplicamos esto realmente? No. Seamos sinceros. Aunque no puedo generalizar, diré que la mayoría de los padres nos educan bajo determinadas tradiciones y valores morales adecuados para hacernos encajar en la sociedad, lo que se conoce como heteronormalidad en este caso; pero si luego el hijo sale gay, inmediatamente la idea asociada es que sufrirá por ser un paria social y en consecuencia, un padre o una madre intentan negar, modificar y por último, tal vez aceptar la situación.
Conozco algunos casos de homosexuales bordeando los treinta e incluso cuarenta años que, por no poder hacer sus vidas libremente o no atreverse a salir del armario, se han emancipado muy jóvenes para vivir solos y no dar explicaciones a nadie. No sé si esto sea mejor que sentarse con los padres tranquilamente y decirles «Pues, que soy gay y ya está. Es lo que hay». Sin embargo, considero demasiado egoísta salir del armario sin considerar previamente los sentimientos parentales para, en virtud de este factor, escoger el mejor modo de hacerlo. Me parece que, aun cuando se justifica por todos los casos de discriminación extrema, hoy los jóvenes de la comunidad GLBTI se paralizan por el miedo o esto les hace revelar su identidad sexual de la peor manera, sin tomar en cuenta el funesto efecto que trae para la armonía familiar. Dicho de otro modo más simple, un padre o una madre que se entera malamente de la orientación sexual del hijo, no sólo debe lidiar con un sentimiento de fracaso en su intento de crianza recta, el temor que le produce la obvia discriminación a la cual el joven estará expuesto toda su vida y el derrumbe del proyecto personal como tener nietos sino que además, debe enfrentar el sufrimiento al saber que no goza del contacto suficiente, la confianza necesaria para romper barreras comunicacionales que les mantienen alejados aunque vivan en la misma casa.
La solución a este problema no es imponer forzosamente perspectivas morales personales a los hijos, porque tarde o temprano tomarán sus propias decisiones que podrían discordar con los principios inculcados durante la crianza. Tampoco se debe ocultar permanentemente la verdadera identidad sexual y fingir una orientación que complazca a los padres o la sociedad en su conjunto, pues aquella heteronormalidad autoimpuesta sólo da como fruto un engaño que irá creciendo con el tiempo hasta que, inevitablemente la verdad salga a la luz. La real solución  al problema expuesto en el párrafo anterior es cultivar la confianza y comunicación totalmente desprejuiciada, libre de ignorancia.
Finalizaré este artículo diciendo que nos guste o no, los padres tienen que cumplir el deber de criar inculcando valores e ideales. Pero al mismo tiempo, los hijos tienen derecho de decidir si siendo ya adultos y con criterio formado, quieren seguir aquellas directrices o tener una forma autónoma de enfrentarse al mundo. Esto, señoras y señores, es inevitable y normal, pero cuesta mucho menos aceptarlo si nos hacemos a la idea desde un principio.

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Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.