Este
año el Bendito Mes de Ramadân ha llegado a auxiliarnos en medio de una crisis
social, económica sanitaria que no sólo
afecta Chile sino al mundo entero y que para los creyentes, bien podría ser
señal de los Últimos Tiempos, aunque en estricto rigor sólo Allâh sabe el
momento preciso en que sobrevendrá aquel inimaginable acontecimiento.
Podría
comenzar este artículo de una manera mucho menos sombría y más esperanzadora
tal vez, pero lo cierto es que si bien por un lado este Mes Sagrado siempre es
una oportunidad para que todos los musulmanes nos acerquemos con especial
dedicación al Creador, por otro debemos enfrentar el hecho de que los últimos
acontecimientos han resultado ser pruebas muy difíciles para algunos y en esa
medida, sólo nos queda suplicar que para ellos sea más fácil, que según la
voluntad de Allâh todos podamos superar los obstáculos y ser protegidos junto a
nuestros seres queridos de estas tribulaciones. Amin.
Ciertamente
el Islam enseña que nuestro Señor está más cerca de nosotros que nuestra propia
vena yugular y que cada sufrimiento nos purifica, pero Ramadân es la ocasión
ideal para que nosotros tengamos eso presente y no olvidemos que si bien esta
vida es una prueba constante, Allâh jamás desampara a su siervo.
Sé
que a estas alturas muchos estarán diciendo de mí que hablo como cualquier
predicador, pero éste no es el momento de analizar los hechos desde un punto de
vista crítico, romántico o incluso práctico como lo hago con otros temas y tal
vez esperaban que me refiriera al estallido social con todo lo que ello implica
o las constantes cifras del coronavirus COVID-19. Sin embargo, quise darme la
libertad de referirme a Ramadân no desde el punto meramente informativo como
sería dejar aquí constancia de su inicio sino más bien, intentando en la medida
de lo posible y con mis limitaciones mediáticas, decirles a cada uno de ustedes
sin importar la religión que profesen o incluso si son ateos, que sin importar
si éstas son señales apocalípticas o una crisis a nivel global como jamás antes
se ha visto en la historia humana y que muy probablemente a muchos les ha
afectado de manera personal, no pierdan las ganas de vivir; al contrario, por
muy desalentador que se vea el panorama, hagan algo para embellecerlo ustedes.
Dense
a la tarea de hacer algo bueno por el prójimo, aunque parezca insignificante. No
les pido que salgan todos a salvar el mundo sino sólo tengan pequeños gestos
que les permitan a ustedes mismos sentir esperanza y de igual manera, le motiven
a otro tenerla. Aprovechen las redes sociales por ejemplo, para algo más que
compartir memes, noticias falsas o hacer convocatorias; úsenlas de manera
optimista para escribirle un breve mensaje a alguien con quien no hablaban
desde hace tiempo a pesar de tenerle agregado, demostrándole interés,
preocupación e incluso algo de cariño.
Tengan
en cuenta que hay mucha gente sola y tal vez una frase aunque breve, sea lo que
alguien necesita recibir para sentirse mejor. En estos tiempos cuando tenemos a
nuestra disposición tecnología tan avanzada y múltiples medios para
comunicarnos, dejemos a un lado el estúpido orgullo y la absurda indiferencia
que antes nos impedían tomarnos un simple momento entre tantos sólo para
saludar. Seguramente antes se excusaban diciendo que por su trabajo no tenían
tiempo para escribirle a algún pariente o amigo del cual se sabían distanciados
pero ahora, muchos trabajan desde casa y en esos cinco minutos que usan para
tomar un café o la media hora que usan para ver alguna serie en Netflix,
acérquense.
Es
más… La ayuda que se puede dar no es sólo emocional. Si hay tiempo para postear
veinte memes o hacer proclamas reivindicativas en Facebook y tomarse quince
selfies para elegir la mejor y subirla a Instagram, también puedes ayudarle en
términos prácticos a alguien que no sabe usar internet o ha perdido su empleo
por la crisis social y necesita hacer la compra pero obviamente, no puede romper
la cuarentena. En términos prácticos, Ramadân no sólo se trata de realizar ibadât
a Allâh sino además, asistir al prójimo porque éste en sí mismo es un acto de
adoración y llevándolo a un campo terrenal, no se necesita ser creyente sino
consecuente.
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