«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

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miércoles, 2 de julio de 2014

Una discriminación socialmente aceptada

Mis estimados lectores, escribo este artículo a conciencia, después de haber visto anoche el programa Más Vale Tarde donde Álvaro Escobar entrevistó a José Antonio Neme, de quien he escrito aquí antes.
Mientras más analizo sus palabras, más me convenzo de haber acertado sino en todo, al menos en algunos puntos al defender la dignidad no sólo de ese periodista sino también de cada persona que en este país se ve expuesta, caricaturizada y humillada por su orientación sexual sin considerar su condición humana antes que todo.
Estoy enfurecido, pues al nacer todos llegamos a este mundo desnudos y sin embargo, tenemos la mil veces maldita tendencia a etiquetar al prójimo por su orientación sexual, creencia religiosa, ideología política, condición económica, estado civil, género, raza, nacionalidad, limitaciones o enfermedades. Hay un sinnúmero de tópicos por los cuales agrupamos a la gente en primera, segunda o tercera clase social pero nunca hemos aprendido a respetar al otro como un igual, sin diferencias.
Estoy hablando del niño que sufre porque sus compañeros de colegio se burlan de alguna característica específica suya, del hombre al cual ninguna empresa le da un trabajo bien remunerado porque no tiene apellido compuesto y del soldado que va a la guerra porque el bando contrario tiene otra manera de abordar la vida.
Sí señoras y señores. Esto de discriminar puede incluso desatar conflictos bélicos y ha ocurrido durante toda nuestra historia, como en la legendaria Troya. Pero puede comenzar con algo tan simple como un comentario malicioso y homofóbico en las redes sociales que tanto utilizamos.
Neme anoche dio una cátedra sobre integración social. Algunos podrían opinar que es un discurso prefabricado para ganar más adeptos porque el tipo es vanidoso. Otros dirán que sus palabras son sinceras porque a través de la pantalla se ve que es una buena persona. Lejos de cualquier juicio moral y porque a estas alturas de mi vida, he aprendido a ser reservado con los elogios, me limitaré a exponer lo que según mi particular criterio es realmente relevante.
En la entrevista, el periodista recién llegado a Mega se emocionó con las palabras de sus padres, habló sobre sus temores más íntimos, de sus afectos, contó algunas experiencias de niñez, narró algunas anécdotas del trabajo anterior, defendió la causa gay como propia en cuanto al tema de adopción y hasta dijo que actualmente vivía con su pareja.
Sin embargo, hoy en Twitter junto con algunas felicitaciones y palabras de aliento, pude leer comentarios referidos a su homosexualidad. Algunos discriminándolo abierta y groseramente, otros criticando que esto dé para ser un tema país; algunos dándolo por hecho como si fuese evidente a través de la pantalla y los menos entre quienes orgullosamente me cuento, comentando sus dichos o atacando a quienes por un motivo tan básico como la orientación sexual, vomiten su veneno.
No quiero ser su defensor porque no tengo ningún interés particular en abogar por nadie y además, parecería que con ello podría lograr algún beneficio; nada más alejado de la realidad. Siendo sincero, hubo algunas partes de la entrevista que ni siquiera me gustaron porque sus opiniones discrepan de las mías completamente, pero no daré detalles porque entraría en el mismo juego que muchos al juzgar sus palabras. Sin embargo, escribo esto porque incluso reconociendo el derecho de cada persona a pensar distinto de otra, me molesta profundamente que la gente se escude en redes sociales para esparcir comentarios insidiosos, sin importar lo que puedan provocar.
También es cierto que la orientación sexual de una persona idealmente debe ser privada y como dice mi madre: si ningún heterosexual anda por ahí admitiendo que le gusta el sexo opuesto, tampoco tiene mucho sentido que cada homosexual salga del armario, como si con ello lograse algo. Si bien la comunidad GLBTI quiere defender sus derechos civiles y sociales, en ello debería reparar el Estado sin necesidad de exponer a nadie.
No podemos negar que a algunas personas les gusta exponerse y no estoy mencionando a nadie en particular. Pero del mismo modo, es innegable que sin importar lo mucho que se hable del tema, los derechos del sector social aludido son y seguirán siendo barridos bajo la alfombra mientras nadie quiera respetar a cada individuo como ser humano, más allá de las etiquetas.
Empero, siendo importante que se hable del tema, no da lo mismo la manera en cómo se hable y si seguimos teniendo espacios para que gente homofóbica se exprese, también deberemos aguantar que discriminen a gente enferma, con capacidades diferentes, de otras razas y condiciones económicas. Según lo veo yo, la Ley Zamudio no basta para garantizar la integración respetuosa de cada ciudadano, mientras exista el virus de intolerancia que desgraciadamente los chilenos tenemos genéticamente aunque sólo algunos lo desarrollen.
En lo personal, son muchas las razones que me hacen ser un discriminado más en este país, donde si no logras un ideal inalcanzable, debes quedarte al margen. Es por esto que comprendo tan bien a alguien discriminado por una o varias causas. Pero me parece absolutamente imbécil suponer siquiera que para empatizar con un afectado, debamos vivir en carne propia la situación, pues no siempre se puede y a veces sólo debemos aceptar al individuo sin ser necesario sufrir los mismos dolores.
Este artículo está dirigido no sólo a quienes sufrimos discriminación desde distintos ángulos sino también a los descriteriados que hacen gala de su lenguaje soez, indiferencia ante la injusticia y notoria inhumanidad, porque abusar del más débil o mirar hacia un lado cuando otro lo hace, demuestra falta de humanidad.
Antes me sorprendía por la crueldad de algunos que con un cinismo manifiesto y sabiéndose tan imperfectos como cualquiera, discriminaban a otros por alguna razón estúpida como tener apellido mapuche… ¿Acaso olvidaron que nuestra genética es mestiza? No sólo debemos avergonzarnos porque en otros países seamos vistos con pésimos ojos sino que además, entre nosotros mismos hay quienes se rigen por tópicos.
No mentiré. Todos lo hacemos a veces, cuando conocemos a alguien que nos desagrada e inmediatamente lo relacionamos con algún grupo por determinada característica, generalizando… Como decir que todos los gays son promiscuos, porque conozcamos a algunos que viven por el sexo, vagando de sauna en sauna y esperando ansiosamente el viernes para ir a alguna discoteca de ambiente…, de cacería, según ellos.
Son los mismos frívolos que al ver a José Antonio Neme, piensan en su cuerpo y dejan de lado todo el estructurado discurso que tiene sobre los derechos de la comunidad GLBTI. Insisto: pudiera estar en desacuerdo con él sobre algunos puntos, pero para un homosexual que se considere activista, las palabras del periodista deberían hacerle sentido y con ello, le restaría importancia a la faceta sexual del sujeto. Lamentablemente las voces superficiales que lo erotizan a ultranza hablan más fuerte que quienes defienden sus ideales.
No me chupo el dedo. Pudiere ser que a Neme también le guste atraer la atención de mucha gente, porque el ego es una de las principales debilidades humanas. Sin embargo, rescato las palabras de la entrevista, donde Álvaro Escobar lo sensibiliza haciéndole hablar sobre su infancia, familia y los afectos.
Es aquí donde Neme se refiere a las pérdidas y el dolor emocional que produce terminar una relación. De eso sabemos todos, sin importar la orientación sexual. Es como digo yo y aunque a muchos les moleste, lo repetiré porque éste no es un artículo religioso: todas las personas, por nuestra condición humana, tenemos derecho a amar y enamorarnos aunque no concretemos dichas relaciones, aunque muchos crean que nuestros sentimientos son equivocados o ilícitos.
Negarle a una persona el derecho de amar y tener sentimientos, es desconocer su humanidad y a partir de eso, no cuesta nada creer que algunos son superiores a otros. Es entonces cuando se origina la discriminación, que puede acabar en odio de quienes pretenden la uniformidad universal, cerrándose a la posibilidad del desarrollo individual íntegro.
Usualmente cuando hablo de emocionalidad en este blog, no me refiero al instinto básico sexual sino a las necesidades afectivas humanas, que van más allá de la expresión corporal. A menudo se relaciona sexo con amor, como si lo uno no pudiera existir sin lo otro pero hay quienes pueden tener sexo sin amar. La frialdad afectiva hace que tarde o temprano subestimemos como especie los sentimientos y corremos el riesgo de que nada nos conmueva.
Por ello es que podemos ver en los noticiarios las mayores atrocidades sin inmutarnos, permaneciendo indiferentes ante el sufrimiento de aquellos que sufren discriminación a una escala mucho mayor. Muchos ven estas injusticias y apenas les sale un comentario negativo de la boca para afuera, porque en realidad no se sienten afectados. Lo cierto es que la discriminación nos perjudica a todos como sociedad y civilización, incluso a quienes la ejercen, pues perdemos humanidad cada vez que menospreciamos a otro.
Los comentarios emitidos en Twitter criticando a José Antonio Neme por ser homosexual, demuestran una vez más que como sociedad somos mediocres y lamentablemente no estamos listos para mantener un respetuoso debate, con altura de miras, que nos permita ser empáticos.
¿Pero qué significa empatizar? Es más que ponerse en los zapatos del prójimo, pues significa reconocerlo como un igual, por encima de las limitaciones, diferencias obvias o estereotipos.
Es lo que falta en esta sociedad tan egoísta y superficial, donde si te diferencias de lo que es aceptable o políticamente correcto, eres un paria. A mí me pasa, por ejemplo, tan sólo por usar silla de ruedas. En este país las personas con capacidades diferentes –un cínico eufemismo para referirse a quienes antes éramos llamados simplemente inválidos o discapacitados- debemos luchar el doble que alguien promedio para ser aceptados y demostrar que podemos ser un aporte.
 En ocasiones no importa cuánta experiencia tengamos o lo mucho que hayamos estudiado. La sociedad nos trata como gente que debe ser mantenida porque sobra. Me refiero a esto en duros términos porque ningún empresario es sutil al momento de rechazarnos y si hay alguno dispuesto a contratarnos con condiciones laborales dignas, se convierte inmediatamente en un ejemplo a seguir cuando realmente, debería ser algo normal en una sociedad sana y desprejuiciada. ¿Pero lo somos?
Todos tenemos las mismas necesidades: comer, vestirnos, movilizarnos… Los mal llamados discapacitados también tenemos derecho a demostrar que podemos subsistir con nuestras propias capacidades.
Cuando pienso en estos desagradables asuntos, me irrita sobremanera saber que todavía es necesario discutirlos públicamente, porque de lo contrario se barren bajo la alfombra como si no existieran.
Aquí ser distinto es sinónimo de no servir y se nos rechaza o nos restan valor porque ajustarse al patrón es la única credencial que esta sociedad –no menos enferma– acepta para incluirnos.
Esta sociedad no te discrimina por ser diferente sino por no ser igual. Seas homosexual, minusválido, mapuche, de otra raza, extranjero, pobre, gordo, delgado, alto, bajo, enfermo, soltero, de alguna creencia religiosa, ideología política o con cualquier otra peculiaridad, te significará soportar el constante escrutinio público y privado de quienes creen ajustarse a la normalidad admitida.
No sea que llegue el día en que seamos tantos quienes nos reconozcamos por ser marcados, como para considerar el ser normal un motivo de ser señalado. Reconozcámonos ahora como iguales y respetémonos sin importar las similitudes o diferencias sino sencillamente porque existimos y compartimos un mismo espacio.

2 comentarios:

Pedro Ignacio Tofiño dijo...

Sociedad cruel.

Yahya. Carlos Flores A. Escritor. dijo...

Pues sí, amigo. Mucho.

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Yahya. Carlos Flores A.
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