Mis estimados lectores, escribo este artículo
a conciencia, después de haber visto anoche el programa Más Vale Tarde donde
Álvaro Escobar entrevistó a José Antonio Neme, de quien he escrito aquí antes.
Mientras más analizo sus palabras, más me
convenzo de haber acertado sino en todo, al menos en algunos puntos al defender
la dignidad no sólo de ese periodista sino también de cada persona que en este
país se ve expuesta, caricaturizada y humillada por su orientación sexual sin
considerar su condición humana antes que todo.
Estoy enfurecido, pues al nacer todos
llegamos a este mundo desnudos y sin embargo, tenemos la mil veces maldita
tendencia a etiquetar al prójimo por su orientación sexual, creencia religiosa,
ideología política, condición económica, estado civil, género, raza,
nacionalidad, limitaciones o enfermedades. Hay un sinnúmero de tópicos por los
cuales agrupamos a la gente en primera, segunda o tercera clase social pero
nunca hemos aprendido a respetar al otro como un igual, sin diferencias.
Estoy hablando del niño que sufre porque sus
compañeros de colegio se burlan de alguna característica específica suya, del
hombre al cual ninguna empresa le da un trabajo bien remunerado porque no tiene
apellido compuesto y del soldado que va a la guerra porque el bando contrario
tiene otra manera de abordar la vida.
Sí señoras y señores. Esto de discriminar
puede incluso desatar conflictos bélicos y ha ocurrido durante toda nuestra
historia, como en la legendaria Troya. Pero puede comenzar con algo tan simple
como un comentario malicioso y homofóbico en las redes sociales que tanto
utilizamos.
Neme anoche dio una cátedra sobre integración
social. Algunos podrían opinar que es un discurso prefabricado para ganar más
adeptos porque el tipo es vanidoso. Otros dirán que sus palabras son sinceras
porque a través de la pantalla se ve que es una buena persona. Lejos de
cualquier juicio moral y porque a estas alturas de mi vida, he aprendido a ser
reservado con los elogios, me limitaré a exponer lo que según mi particular
criterio es realmente relevante.
En la entrevista, el periodista recién
llegado a Mega se emocionó con las palabras de sus padres, habló sobre sus
temores más íntimos, de sus afectos, contó algunas experiencias de niñez, narró
algunas anécdotas del trabajo anterior, defendió la causa gay como propia en
cuanto al tema de adopción y hasta dijo que actualmente vivía con su pareja.
Sin embargo, hoy en Twitter junto con algunas
felicitaciones y palabras de aliento, pude leer comentarios referidos a su
homosexualidad. Algunos discriminándolo abierta y groseramente, otros
criticando que esto dé para ser un tema país; algunos dándolo por hecho como si
fuese evidente a través de la pantalla y los menos entre quienes orgullosamente
me cuento, comentando sus dichos o atacando a quienes por un motivo tan básico
como la orientación sexual, vomiten su veneno.
No quiero ser su defensor porque no tengo
ningún interés particular en abogar por nadie y además, parecería que con ello
podría lograr algún beneficio; nada más alejado de la realidad. Siendo sincero,
hubo algunas partes de la entrevista que ni siquiera me gustaron porque sus
opiniones discrepan de las mías completamente, pero no daré detalles porque
entraría en el mismo juego que muchos al juzgar sus palabras. Sin embargo,
escribo esto porque incluso reconociendo el derecho de cada persona a pensar
distinto de otra, me molesta profundamente que la gente se escude en redes
sociales para esparcir comentarios insidiosos, sin importar lo que puedan
provocar.
También es cierto que la orientación sexual
de una persona idealmente debe ser privada y como dice mi madre: si ningún
heterosexual anda por ahí admitiendo que le gusta el sexo opuesto, tampoco
tiene mucho sentido que cada homosexual salga del armario, como si con ello
lograse algo. Si bien la comunidad GLBTI quiere defender sus derechos civiles y
sociales, en ello debería reparar el Estado sin necesidad de exponer a nadie.
No podemos negar que a algunas personas les
gusta exponerse y no estoy mencionando a nadie en particular. Pero del mismo
modo, es innegable que sin importar lo mucho que se hable del tema, los
derechos del sector social aludido son y seguirán siendo barridos bajo la
alfombra mientras nadie quiera respetar a cada individuo como ser humano, más
allá de las etiquetas.
Empero, siendo importante que se hable del
tema, no da lo mismo la manera en cómo se hable y si seguimos teniendo espacios
para que gente homofóbica se exprese, también deberemos aguantar que
discriminen a gente enferma, con capacidades diferentes, de otras razas y
condiciones económicas. Según lo veo yo, la Ley Zamudio no basta para
garantizar la integración respetuosa de cada ciudadano, mientras exista el
virus de intolerancia que desgraciadamente los chilenos tenemos genéticamente
aunque sólo algunos lo desarrollen.
En lo personal, son muchas las razones que me
hacen ser un discriminado más en este país, donde si no logras un ideal
inalcanzable, debes quedarte al margen. Es por esto que comprendo tan bien a
alguien discriminado por una o varias causas. Pero me parece absolutamente
imbécil suponer siquiera que para empatizar con un afectado, debamos vivir en
carne propia la situación, pues no siempre se puede y a veces sólo debemos
aceptar al individuo sin ser necesario sufrir los mismos dolores.
Este artículo está dirigido no sólo a quienes
sufrimos discriminación desde distintos ángulos sino también a los
descriteriados que hacen gala de su lenguaje soez, indiferencia ante la
injusticia y notoria inhumanidad, porque abusar del más débil o mirar hacia un
lado cuando otro lo hace, demuestra falta de humanidad.
Antes me sorprendía por la crueldad de
algunos que con un cinismo manifiesto y sabiéndose tan imperfectos como
cualquiera, discriminaban a otros por alguna razón estúpida como tener apellido
mapuche… ¿Acaso olvidaron que nuestra genética es mestiza? No sólo debemos
avergonzarnos porque en otros países seamos vistos con pésimos ojos sino que
además, entre nosotros mismos hay quienes se rigen por tópicos.
No mentiré. Todos lo hacemos a veces, cuando
conocemos a alguien que nos desagrada e inmediatamente lo relacionamos con
algún grupo por determinada característica, generalizando… Como decir que todos
los gays son promiscuos, porque conozcamos a algunos que viven por el sexo,
vagando de sauna en sauna y esperando ansiosamente el viernes para ir a alguna
discoteca de ambiente…, de cacería, según ellos.
Son los mismos frívolos que al ver a José
Antonio Neme, piensan en su cuerpo y dejan de lado todo el estructurado
discurso que tiene sobre los derechos de la comunidad GLBTI. Insisto: pudiera
estar en desacuerdo con él sobre algunos puntos, pero para un homosexual que se
considere activista, las palabras del periodista deberían hacerle sentido y con
ello, le restaría importancia a la faceta sexual del sujeto. Lamentablemente
las voces superficiales que lo erotizan a ultranza hablan más fuerte que
quienes defienden sus ideales.
No me chupo el dedo. Pudiere ser que a Neme
también le guste atraer la atención de mucha gente, porque el ego es una de las
principales debilidades humanas. Sin embargo, rescato las palabras de la
entrevista, donde Álvaro Escobar lo sensibiliza haciéndole hablar sobre su
infancia, familia y los afectos.
Es aquí donde Neme se refiere a las pérdidas
y el dolor emocional que produce terminar una relación. De eso sabemos todos,
sin importar la orientación sexual. Es como digo yo y aunque a muchos les
moleste, lo repetiré porque éste no es un artículo religioso: todas las
personas, por nuestra condición humana, tenemos derecho a amar y enamorarnos
aunque no concretemos dichas relaciones, aunque muchos crean que nuestros
sentimientos son equivocados o ilícitos.
Negarle a una persona el derecho de amar y
tener sentimientos, es desconocer su humanidad y a partir de eso, no cuesta
nada creer que algunos son superiores a otros. Es entonces cuando se origina la
discriminación, que puede acabar en odio de quienes pretenden la uniformidad
universal, cerrándose a la posibilidad del desarrollo individual íntegro.
Usualmente cuando hablo de emocionalidad en
este blog, no me refiero al instinto básico sexual sino a las necesidades
afectivas humanas, que van más allá de la expresión corporal. A menudo se
relaciona sexo con amor, como si lo uno no pudiera existir sin lo otro pero hay
quienes pueden tener sexo sin amar. La frialdad afectiva hace que tarde o
temprano subestimemos como especie los sentimientos y corremos el riesgo de que
nada nos conmueva.
Por ello es que podemos ver en los
noticiarios las mayores atrocidades sin inmutarnos, permaneciendo indiferentes
ante el sufrimiento de aquellos que sufren discriminación a una escala mucho
mayor. Muchos ven estas injusticias y apenas les sale un comentario negativo de
la boca para afuera, porque en realidad no se sienten afectados. Lo cierto es que
la discriminación nos perjudica a todos como sociedad y civilización, incluso a
quienes la ejercen, pues perdemos humanidad cada vez que menospreciamos a otro.
Los comentarios emitidos en Twitter
criticando a José Antonio Neme por ser homosexual, demuestran una vez más que
como sociedad somos mediocres y lamentablemente no estamos listos para mantener
un respetuoso debate, con altura de miras, que nos permita ser empáticos.
¿Pero qué significa empatizar? Es más que
ponerse en los zapatos del prójimo, pues significa reconocerlo como un igual,
por encima de las limitaciones, diferencias obvias o estereotipos.
Es lo que falta en esta sociedad tan egoísta
y superficial, donde si te diferencias de lo que es aceptable o políticamente
correcto, eres un paria. A mí me pasa, por ejemplo, tan sólo por usar silla de
ruedas. En este país las personas con capacidades diferentes –un cínico
eufemismo para referirse a quienes antes éramos llamados simplemente inválidos
o discapacitados- debemos luchar el doble que alguien promedio para ser
aceptados y demostrar que podemos ser un aporte.
En
ocasiones no importa cuánta experiencia tengamos o lo mucho que hayamos
estudiado. La sociedad nos trata como gente que debe ser mantenida porque
sobra. Me refiero a esto en duros términos porque ningún empresario es sutil al
momento de rechazarnos y si hay alguno dispuesto a contratarnos con condiciones
laborales dignas, se convierte inmediatamente en un ejemplo a seguir cuando
realmente, debería ser algo normal en una sociedad sana y desprejuiciada. ¿Pero
lo somos?
Todos tenemos las mismas necesidades: comer,
vestirnos, movilizarnos… Los mal llamados discapacitados también tenemos
derecho a demostrar que podemos subsistir con nuestras propias capacidades.
Cuando pienso en estos desagradables asuntos,
me irrita sobremanera saber que todavía es necesario discutirlos públicamente,
porque de lo contrario se barren bajo la alfombra como si no existieran.
Aquí ser distinto es sinónimo de no servir y
se nos rechaza o nos restan valor porque ajustarse al patrón es la única
credencial que esta sociedad –no menos enferma– acepta para incluirnos.
Esta sociedad no te discrimina por ser
diferente sino por no ser igual. Seas homosexual, minusválido, mapuche, de otra
raza, extranjero, pobre, gordo, delgado, alto, bajo, enfermo, soltero, de
alguna creencia religiosa, ideología política o con cualquier otra peculiaridad,
te significará soportar el constante escrutinio público y privado de quienes
creen ajustarse a la normalidad admitida.
No sea que llegue el día en que seamos tantos
quienes nos reconozcamos por ser marcados, como para considerar el ser normal
un motivo de ser señalado. Reconozcámonos ahora como iguales y respetémonos sin
importar las similitudes o diferencias sino sencillamente porque existimos y
compartimos un mismo espacio.
2 comentarios:
Sociedad cruel.
Pues sí, amigo. Mucho.
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